10 de abril de 1993, sábado. Miedo.
Estos últimos días han sido algo más sosegados que los que describí en las entradas anteriores. Solo un poco, no obstante, por que hemos estado recabando información sobre un montón de cosas que queríamos investigar al respecto del caso; la casa Andropov, La Orden Hermética del Crepúsculo de Plata, los ordenadores de Whinfield y Pridewell (el hijo del senador)...
Hoy esa tranquilidad ha saltado por los aires de nuevo, y nos hemos visto, otra vez, inmersos en "el otro lado".
Todo ha empezado a media tarde, mientras estábamos reunidos discutiendo posibles líneas de investigación, poniendo en común datos y eso. Molly ha recibido un llamada de su contacto periodista. El hombre decía estar en peligro mortal, había gente siguiéndole y pedía ayuda a Molly. Sin pensarlo mucho, nos dirigimos la zona en la que se encontraba, la zona de almacenes cercana a la estación central de trenes.
Al llegar vimos el coche de Albert (el confidente de Molly), abierto, pero ni rastro del periodista. Justo enfrente, una furgoneta blanca cubierta de suciedad con un aspecto muy sospechoso. Las puertas traseras estaban cerradas, pero sin echar la cerradura; las abrimos y de ellas salió un hedor terrible. Dentro no había nada de particular, salvo bastante suciedad y ese olor, animal y punzante. De pronto oímos un disparo. El ruido procedía de un almacén situado justo al lado de la furgoneta. Nos acercamos rápidamente, armas en mano. La puerta estaba abierta, pero dentro del almacén no había luz. Me puse en cabeza, y entré. Estábamos en una especie de recibidor que daba a una pasarela metálica que recorría a bastante altura del nivel del suelo, de sur a norte un enorme almacén en el que pilas de cajas de madera amontonaban polvo. Por unas grandes cristaleras situadas en la parte superior de la nave entraba algo de luz amarillenta de la calle, que lo único que conseguía era agudizar la profundidad de las sombras entre las cajas de abajo. La plataforma metálica en la que nos encontrábamos tenía también un par de puertas más, que parecían dar a despachos, cerrados y a oscuras. La pasarela se perdía hacia la oscuridad del fondo de la nave, así que cuidadosamente avanzamos hacia allá. A la derecha, unos cuantos metros más allá vimos unas escaleras metálicas de espiral que descendían hacia las sombras de más abajo, unos tres metros y pico por debajo de la pasarela. Seguimos avanzando unos pocos metros, y de pronto oímos otro disparo. Y enseguida vimos, abajo entre las cajas, una figura que retrocedía aterrorizada mientras apuntaba temblorosamente con un revolver a otra figura que se le acercaba lentamente, con un movimiento... raro, no sé como describirlo, errático quizá. No perdí un momento, no obstante, y salte de la pasarela amarrándome a la baranda.
Caí bien (gracias a dios por el entrenamiento del SWAT. Echo de menos el trabajo de la unidad, tan sencillito. Tengo que irme a tomar una cerveza con los chicos, que no se olviden de mí), y apuntando hacia las figuras mientras me acercaba, les di el alto. La figura de andar raro se dio la vuelta hacia mí. Por poco no se me cayó la pistola.
El tipo llevaba la boca cosida con una especie de alambre y las cuencas de sus ojos estaban vacías, pero me miraba sin ojos. El hedor que desprendía era horrible, sobrecogedor. Alargó una mano huesuda hacia mí con uñas largas y afiladas, sucias... el tiempo pareció contraerse y ralentizarse. Volví a darle el alto, pero el ser alzó el brazo para atacarme, ignorando el arma que le apuntaba. Disparé y le acerté en medio del pecho, y el tipo no se inmutó. No llevaba chaleco, se podía apreciar a través de la camisa hecha jirones, y ¡había ignorado una bala entre las costillas! Trató de golpearme con las zarpas, pero me aparté a un lado a tiempo y volví a disparar; fue uno de los mejores disparos de mi vida, le seccionó limpiamente la garganta. Hubiera bastado para matar a un jodido rinoceronte, y el ser ni se inmutó y volvió a tratar de golpearme, sin éxito otra vez. Desde el rabillo del ojo vi a Molly acercarse y hacer fuego sobre el tipo cosido, con el mismo éxito que yo. Empezó a entrarnos el pánico; el tipo me atacaba con las manos desnudas y por el momento no había conseguido alcanzarme, pero solo era cuestión de tiempo en la oscuridad que yo tropezara y las cosas se pusieran muy, muy jodidas. Así que decidí tomar medidas extremas; retrocediendo, enfundé la pistola, y me puse a empujar con todas mis fuerzas uno de los enormes montones de cajas después de advertir a Molly de lo que iba a hacer, y pedirle que echara sobre la cosa la lona que cubría las cajas. Molly lo logró, y ralentizó un poco al hijo de puta. Empujé y empujé hasta que parecía que se me iba a romper la espalda, y no parecía que las cajas fueran a caer, y esa cosa se me acercaba cada vez más; se había librado de la lona. Molly volvió a disparar y cuando ya le teníamos encima, las cajas cedieron y cayeron como una avalancha sobre esa cosa, sepultándola bajo su enorme peso. Una gran nube de polvo y astillas de madera se alzó del montón de escombros resultante y todo estuvo quieto por unos segundos. James se acercó en ese momento, preguntándonos si estábamos bien. El ruido había sido ensordecedor.
Mientras recuperaba el aliento, traté de ver dónde estaban los demás, pero en la oscuridad solo oí disparos y los ruidos propios de una buena pelea. Cuando íbamos a ver si les veíamos, en montón de escombros empezó a moverse. ¡Eso seguía vivo!
Desesperado, busqué algo más contundente con lo que reducir esa amenaza. Cogí un enorme listón que se había partido de alguna caja justo cuando la mano huesuda del ser se alzaba de entre la madera y empezaba a apartar escombros. Ya su brazo había salido casi al completo y se empezaba a ver la cabeza salir cuando empecé a golpearle con el leño en la cabeza con todas mis fuerzas. Seguí golpeando, dos, tres, cuatro veces y eso seguía moviéndose, aunque parecía acusar los golpes. Molly trataba de patear el brazo y la cabeza para dificultarle la salida. Ni ella ni yo parecíamos frenarle mucho, aunque desde luego los golpes en la cabeza parecían afectarle algo más que las balas. Con un último esfuerzo, así el tablón con ambas manos, y en vez de golpear como una maza, lo usé como una lanza, partiendo el cráneo por la mitad y dejándolo allí clavado. El ser gimió y se desplomó. Un segundo más y hubiera logrado quitarse de encima los escombros. Exhausto, iba a apartarme cuando el hedor del ser se intensificó y empezó a descomponerse aceleradamente. De las cuencas de los ojos y las orejas empezaron a salir una especie de escarabajos negros grandes como pelotas de tenis, que se movieron hacia nosotros a bastante velocidad.
Sin pensarlo, cogí a Molly que se había quedado paralizada y salí corriendo, gritándole a James que hiciera lo mismo. Nos separamos, y de pronto oímos a Julia llamando a Molly a gritos. Al parecer había un hombre herido. Sin saber de quien se trataba, Molly fue hacia Julia y yo me quedé buscando a James. Creo que seguiré mañana por la mañana, ahora estoy demasiado agotado y se me cierran los ojos.
Hoy esa tranquilidad ha saltado por los aires de nuevo, y nos hemos visto, otra vez, inmersos en "el otro lado".
Todo ha empezado a media tarde, mientras estábamos reunidos discutiendo posibles líneas de investigación, poniendo en común datos y eso. Molly ha recibido un llamada de su contacto periodista. El hombre decía estar en peligro mortal, había gente siguiéndole y pedía ayuda a Molly. Sin pensarlo mucho, nos dirigimos la zona en la que se encontraba, la zona de almacenes cercana a la estación central de trenes.
Al llegar vimos el coche de Albert (el confidente de Molly), abierto, pero ni rastro del periodista. Justo enfrente, una furgoneta blanca cubierta de suciedad con un aspecto muy sospechoso. Las puertas traseras estaban cerradas, pero sin echar la cerradura; las abrimos y de ellas salió un hedor terrible. Dentro no había nada de particular, salvo bastante suciedad y ese olor, animal y punzante. De pronto oímos un disparo. El ruido procedía de un almacén situado justo al lado de la furgoneta. Nos acercamos rápidamente, armas en mano. La puerta estaba abierta, pero dentro del almacén no había luz. Me puse en cabeza, y entré. Estábamos en una especie de recibidor que daba a una pasarela metálica que recorría a bastante altura del nivel del suelo, de sur a norte un enorme almacén en el que pilas de cajas de madera amontonaban polvo. Por unas grandes cristaleras situadas en la parte superior de la nave entraba algo de luz amarillenta de la calle, que lo único que conseguía era agudizar la profundidad de las sombras entre las cajas de abajo. La plataforma metálica en la que nos encontrábamos tenía también un par de puertas más, que parecían dar a despachos, cerrados y a oscuras. La pasarela se perdía hacia la oscuridad del fondo de la nave, así que cuidadosamente avanzamos hacia allá. A la derecha, unos cuantos metros más allá vimos unas escaleras metálicas de espiral que descendían hacia las sombras de más abajo, unos tres metros y pico por debajo de la pasarela. Seguimos avanzando unos pocos metros, y de pronto oímos otro disparo. Y enseguida vimos, abajo entre las cajas, una figura que retrocedía aterrorizada mientras apuntaba temblorosamente con un revolver a otra figura que se le acercaba lentamente, con un movimiento... raro, no sé como describirlo, errático quizá. No perdí un momento, no obstante, y salte de la pasarela amarrándome a la baranda.
Caí bien (gracias a dios por el entrenamiento del SWAT. Echo de menos el trabajo de la unidad, tan sencillito. Tengo que irme a tomar una cerveza con los chicos, que no se olviden de mí), y apuntando hacia las figuras mientras me acercaba, les di el alto. La figura de andar raro se dio la vuelta hacia mí. Por poco no se me cayó la pistola.
El tipo llevaba la boca cosida con una especie de alambre y las cuencas de sus ojos estaban vacías, pero me miraba sin ojos. El hedor que desprendía era horrible, sobrecogedor. Alargó una mano huesuda hacia mí con uñas largas y afiladas, sucias... el tiempo pareció contraerse y ralentizarse. Volví a darle el alto, pero el ser alzó el brazo para atacarme, ignorando el arma que le apuntaba. Disparé y le acerté en medio del pecho, y el tipo no se inmutó. No llevaba chaleco, se podía apreciar a través de la camisa hecha jirones, y ¡había ignorado una bala entre las costillas! Trató de golpearme con las zarpas, pero me aparté a un lado a tiempo y volví a disparar; fue uno de los mejores disparos de mi vida, le seccionó limpiamente la garganta. Hubiera bastado para matar a un jodido rinoceronte, y el ser ni se inmutó y volvió a tratar de golpearme, sin éxito otra vez. Desde el rabillo del ojo vi a Molly acercarse y hacer fuego sobre el tipo cosido, con el mismo éxito que yo. Empezó a entrarnos el pánico; el tipo me atacaba con las manos desnudas y por el momento no había conseguido alcanzarme, pero solo era cuestión de tiempo en la oscuridad que yo tropezara y las cosas se pusieran muy, muy jodidas. Así que decidí tomar medidas extremas; retrocediendo, enfundé la pistola, y me puse a empujar con todas mis fuerzas uno de los enormes montones de cajas después de advertir a Molly de lo que iba a hacer, y pedirle que echara sobre la cosa la lona que cubría las cajas. Molly lo logró, y ralentizó un poco al hijo de puta. Empujé y empujé hasta que parecía que se me iba a romper la espalda, y no parecía que las cajas fueran a caer, y esa cosa se me acercaba cada vez más; se había librado de la lona. Molly volvió a disparar y cuando ya le teníamos encima, las cajas cedieron y cayeron como una avalancha sobre esa cosa, sepultándola bajo su enorme peso. Una gran nube de polvo y astillas de madera se alzó del montón de escombros resultante y todo estuvo quieto por unos segundos. James se acercó en ese momento, preguntándonos si estábamos bien. El ruido había sido ensordecedor.
Mientras recuperaba el aliento, traté de ver dónde estaban los demás, pero en la oscuridad solo oí disparos y los ruidos propios de una buena pelea. Cuando íbamos a ver si les veíamos, en montón de escombros empezó a moverse. ¡Eso seguía vivo!
Desesperado, busqué algo más contundente con lo que reducir esa amenaza. Cogí un enorme listón que se había partido de alguna caja justo cuando la mano huesuda del ser se alzaba de entre la madera y empezaba a apartar escombros. Ya su brazo había salido casi al completo y se empezaba a ver la cabeza salir cuando empecé a golpearle con el leño en la cabeza con todas mis fuerzas. Seguí golpeando, dos, tres, cuatro veces y eso seguía moviéndose, aunque parecía acusar los golpes. Molly trataba de patear el brazo y la cabeza para dificultarle la salida. Ni ella ni yo parecíamos frenarle mucho, aunque desde luego los golpes en la cabeza parecían afectarle algo más que las balas. Con un último esfuerzo, así el tablón con ambas manos, y en vez de golpear como una maza, lo usé como una lanza, partiendo el cráneo por la mitad y dejándolo allí clavado. El ser gimió y se desplomó. Un segundo más y hubiera logrado quitarse de encima los escombros. Exhausto, iba a apartarme cuando el hedor del ser se intensificó y empezó a descomponerse aceleradamente. De las cuencas de los ojos y las orejas empezaron a salir una especie de escarabajos negros grandes como pelotas de tenis, que se movieron hacia nosotros a bastante velocidad.
Sin pensarlo, cogí a Molly que se había quedado paralizada y salí corriendo, gritándole a James que hiciera lo mismo. Nos separamos, y de pronto oímos a Julia llamando a Molly a gritos. Al parecer había un hombre herido. Sin saber de quien se trataba, Molly fue hacia Julia y yo me quedé buscando a James. Creo que seguiré mañana por la mañana, ahora estoy demasiado agotado y se me cierran los ojos.
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