miércoles, octubre 20, 2004

26 de marzo de 1993, viernes, Evanston, Chicago

Todo empezó con una intervención en Evanston. Al parecer alguien disparó en una casa de alguien forrado, y eso justifica una intervención del SWAT. Claro.
Aseguramos la casa sin oposición. Pero dentro nos encontramos escenas salidas de una película mala de terror, o de una pesadilla. Tres mujeres habían sido asesinadas, cosidas a puñaladas, dos en el salón de la casa, otra arriba, en un dormitorio... y les habían arrancado el corazón. Jodidos psicópatas. Eso sí, ni rastro de los disparos.
El procedimiento habitual tras una intervención del SWAT es asegurar el perímetro, esperar a los regulares y retirarnos. Pero el oficial al cargo del caso en el momento, un pedazo de mierda llamado Pierre Point, me dijo que tenía ordenes de muy arriba que exigían que me quedara en la escena. Así que después de cambiarme a civil, ordenes también, volví a la escena del crimen. Estuve un rato trasteando sin hacer mucho. Mi especialidad no es investigación en escena, así que procuré no estorbar a los CSI hasta ver en que devenía todo. Como es habitual, en la escena había un montón de gente, fotografiando, tomando pruebas, examinándolo todo. Incluso se habían traído un par de civiles, uno para reventar la caja fuerte y otro para entrar en el ordenador del dueño de la casa. Mientras rondaba por ahí, me enteré de que los asesinatos habían sido cometidos por varias personas, que las victimas eran familia (las del piso de abajo, madre y suegra, la de arriba, hija), que había un testigo, el hijo, que se había escondido en una ratonera, y de que el principal sospechoso era el padre de familia, que estaba desaparecido. Además, los asesinatos parecían rituales, dado que habían escrito en el suelo alrededor de las mujeres unas palabras que luego habían borrado, y se habían llevado bastante cantidad de sangre de las víctimas, parece ser que en envases sacados de la cocina. Muy bonito todo.
Point llamó a algunos de los que pululaban por la casa llevando a cabo diversas tareas, y les ordenó reunirse con él en el despacho del padre, yo entre los llamados. Cuando llegamos allí nos comunicó que por orden directa de lo más arriba del Departamento, se nos relevaba de nuestras actividades habituales y se nos agrupaba en una unidad especial con un objetivo claro; capturar al perturbado que había cometido los crímenes. La razón, a parte de lo cruel e inusual de los asesinatos es que hace unas dos semanas se cometió otro asesinato similar, y la víctima esta vez era el hijo de un senador. Esto lo convierte en una asesino en serie, y uno que apunta muy alto. Así que hay que pararle en seco.
Los miembros del equipo somos tres policías, Molly Bloom, algún tipo de jefe del CSI de la Central, y líder de la unidad, Audrey Summers, creo que detective, con una fama algo extraña en el departamento y yo. Y luego dos civiles, Julia Sorgenssen (o algo así) especialista en cajas de seguridad y James McGovern, técnico informático. A estos dos últimos no pareció hacerles mucha gracia la manera en que fueron "reclutados", pero al final dejaron de refunfuñar. Después de todo, el departamento paga muy bien a los consultores externos por sus molestias. Mejor que a los agentes.
Las ordenes consistían en terminar el análisis de campo y presentarnos al día siguiente ante el que es el encargado del equipo, el teniente Crow de homicidios, para recibir más instrucciones. Ocurrió algo que luego iba a tener más relevancia al poco de la reunión, cuando cada uno nos fuimos a lo nuestro (y yo seguí pululando un poco aquí y allí, tratando de no molestar demasiado) Un coche oscuro no autorizado estaba aparcado dentro del perímetro policial. Lo vio Molly, creo recordar, que enseguida me dijo que ya lo habían visto antes, pero que se había marchado cuando un agente fue a averiguar que hacía. Sin perder un segundo me dirigí al coche sigilosamente. El tipo no me vió acercarme, me preocupé muy mucho de no ser visto. Apuntándole, le obligué a bajar del vehículo. Era un hombre blanco con una calva incipiente, de complexión normal, unos cuarenta y pocos años, fumando un cigarrillo. Farfulló unas inconexas explicaciones de por qué se encontraba allí, por curiosidad y por que no duerme bien por las noches. Y yo me lo creo. Pero no había cometido ningún delito, así que tras apuntar su matricula y modelo, y el número de su licencia de conducir, le dejé marcharse, advirtiéndole eso sí de que si volvía a verle por allí pasaría noche en comisaría.
La noche avanzaba despacio, y yo estaba algo desplazado, sin saber muy bien que hacer. Cuando encontraron un diario del sospechoso, me ofrecí a echarle un vistazo con Molly. Allí leímos que Martin Whinfield (el nombre del padre) había estado con la familia en México un par de veces y se sentía fascinado por el país. Tanto que decidió adquirir una antigüedad inca, o maya o una de estas culturas amerindias. Cuando por fin se la enviaron de una casa de antigüedades, la casa Andropov, Martin estaba encantado. Pero a partir de ese momento, las entradas de su diario se hacen cada vez más inquietantes, y el estilo de escritura cambia, se hace más descuidado, apresurado. El hombre tiene lagunas de memoria, pesadillas, anda sonámbulo... hasta dos días antes de los crímenes, en que acaban las anotaciones.
Cuando acabamos el diario, en la casa ya solo estábamos los del equipo especial y un par de agentes de uniforme custodiando la entrada al recinto. Así que cuando oímos ruidos en las habitaciones superiores, todos nos alarmamos mucho, ya que no debía haber nadie en esa parte de la casa una vez que la CSI había terminado. Antes de que nadie reaccionara, yo había subido ya escaleras arriba, sin hacer ruido. El piso de arriba estaba a oscuras. Dejé unos segundos para acostumbrarme al cambio de luz, y en ese momento vi una silueta moverse muy rápidamente dentro de la habitación de la niña. Me acerqué muy despacio, arma en mano, cuando oí a Audrey subir por las escaleras. Indicándole por señas que me cubriera, entré en la habitación, preparado para disparar. Pero en la habitación no había nadie. Examinamos debajo de la cama, tras la puerta y en el armario. Nadie. La ventana estaba abierta, y entraba una fría brisa que movía las cortinas. Me asomé, pero tampoco había rastros en el jardín. La silueta debió ser mi imaginación, aunque suelo fiarme de mis sentidos.
Salimos del cuarto, cerrando puerta y ventana, y nos dirigíamos al cuarto de los padres cuando oímos ruidos dentro del cuarto de la niña. Sobresaltados, nos preparamos para asaltar la habitación. Audrey abrió la puerta y yo rodé dentro; y allí no había nadie. Pero la ventana estaba abierta, y un cajón de la cómoda también, que antes había estado cerrado. Y faltaba una trenza de la niña, que allí guardaba (Dios sabe por qué). Dentro de la habitación hacía ahora un frío infernal, que hacía que nuestros alientos se condensaran en el aire. Me asomé a la ventana, y en el poyete había unas marcas, como de barro, pero en la oscuridad no se distinguía nada abajo. Indiqué a Audrey que iba a bajar y que me cubriera. Me descolgué por la ventana, y gracias a Dios caí bien. (continuará)